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¡Alégrense en el Señor!


Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense!

(Filipenses 4:4)


Cuando leemos estas palabras tenemos la impresión de que quien las escribió nunca pasó por dificultades. Esa 'impresión' termina cuando nos damos cuenta de que esas palabras las escribió el apóstol Pablo mientras estaba encarcelado.


Cuando Pablo escribió la carta a los filipenses, él estaba esperando, preso, su juicio en Roma. ¿Cómo puede un hombre tener tanta fuerza mientras pasa por una situación tan difícil? La respuesta está justamente en lo que él escribió: ¡su alegría estaba en el Señor!


Alegrarse en Dios es algo constante. Aquel que se alegra en el Señor no es rehén de las circunstancias. Pablo sabía en quién creía y eso lo fortalecía. Su alegría estaba en el Señor, no en las bendiciones ni en las cosas agradables. Entender lo que Dios ya ha hecho por nosotros nos hace sentir aún más alegres.


Dios ya hizo todo por nosotros y ese debe ser el motivo de nuestra alegría. Cuando reconocemos lo que Dios ya hizo, él obra y hace aún más. Confía en el Señor y alégrate en lo que él es. Con toda seguridad tu corazón estará más descansado y dispuesto.


¡Alégrate en el Señor!

Alaba a Dios con tu corazón y con tu voz. Aprovecha los tiempos de alabanza para alegrarte en Dios.

Habla con Dios en oración. Aprovecha el momento de oración para abrir tu corazón y alegrarte en el Señor.

Medita en la Palabra de Dios. Leer lo que Dios ha hecho por nosotros aumenta nuestra alegría en él.


Para orar:

Señor mi Dios, tú eres soberano. Nada es capaz de separarnos de tu perfecto amor. Tu amor me alegra, me motiva y me fortalece. Muchísimas gracias, amado Dios. En el nombre de Jesús, amén.

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